Una pequeña escalinata conduce a un espacio delimitado por dos muros curvos de piedra, antesala de un recinto de paredes del mismo material y techo plano de hormigón, donde se contraponen por un lado la intimidad generada por un espacio de dimensiones limitadas y donde el silencio y la tranquilidad son protagonistas y por otro la apertura generada por un marco con vistas hacia el Río Uruguay.
Este contraste quizás alude a lo que significa la figura del escritor Horacio Quiroga para los salteños, un nativo de esas tierras pero que se fue para no volver (los trágicos sucesos de su infancia y adolescencia fueron determinantes en su alejamiento de su ciudad natal) y ser respetado en el mundo como uno de los mejores escritores de su tiempo.
En el recinto se podía observar la réplica en piedra del busto de Horacio Quiroga tallado originalmente en raíz de algarrobo por el escultor ruso Stefan Erzia. El original que está en la Casa Horacio Quiroga (Museo y Mausoleo), cobija la urna con las cenizas del escritor que fueron traídas desde Buenos Aires ante gestiones de Enrique Amorim.
El proyecto del monumento fue del arquitecto Enrique Monestier y la dirección la hizo el arquitecto César Rodríguez Musmanno quien relata que ese lugar estaba destinado a la meditación.
La réplica del busto ya no se encuentra allí, sino que se llevó al Museo Quiroga para resguardarla.